CAMINO DE SANTIAGO

CAMINO DE SANTIAGO

jueves, 17 de septiembre de 2015

Y EL TREN LOS UNIÓ. Pequeño cuento sobre un camino: El Camino.

Por distintos caminos confluyeron en la estación:

Se conocían, pero no sabían quiénes eran. 
Se saludaron como el que saluda a un habitual de la cafetería al olor del café matutino.

Se conocían, habían compartido minutos en otras ocasiones, habían andado juntos en otras ocasiones, habían..., pero esta vez era distinto:

Ahora compartirían mucho más que unos saludos, más que unos pasos, más que un montón de letras de un teclado, ahora era mucho más.


El tren los unió. Viendo pasar la meseta castellana, amarilla, calurosa, polvorienta y solitaria en esa siesta de final de verano, allí , en distintos vagones, nuestros conocidos rumian lo que ha de venir, de vez en cuando, levantan la mirada y la silueta , el color de su mochila, que viaja en el portaequipajes, les da seguridad, les reconforta de su soledad.


“Si es de noche, porque no
acostumbro a dormir yo,
y de día, por mirar
los arbolitos pasar,
yo nunca duermo en el tren,
y, sin embargo, voy bien” 
(El tren - Antonio Machado)



Como buenos latinos y a la vista del Alcázar Segoviano, se reúnen en el vagón cafetería, serán ocho, pero aún, solo se piden siete consumiciones.
El Ermitaño, toma el primer periódico que puede y se aparta un poco, lo que da el vagón; el Presi, barbudo y bonachón, punto de confluencia de todos ellos, entabla las primeras conversaciones; el Abuelo mira de nuevo su teléfono, en su enésima juventud, como un quinceañero amante de las redes sociales, disfruta de su teclado constantemente; la Mujer, valiente, dura, obcecada como pronto nos enseñaría, toma el hilo de la conversación y comienza su interminable dialogo, su pareja, el Paciente, lía su cigarrillo, “para luego”, dice, con una habilidad y destreza que solo los años de práctica le han dado ; La Niña, observa, calla y observa, diseccionando al grupo, a ese grupo que ha de compartir con ella lo que cree que aun no había compartido. Y mientras, el Mayoral, haciéndose cargo de la logística, se acoda en la barra distribuyendo las bebidas. 


“Tren del día detenido

Frente al cardo de la vía.

Cantinera, niña mía,

se me queda el corazón

en tu vaso de agua fría”

(Rafael Alberti)



Son muchas horas de viaje y la charla, aún reticente, se apaga, las bebidas se calientan, las letras del periódico se acaban, de regreso a sus asientos ya van más tranquilos. Se abren los libros, se escucha música, se juega a adivinar quiénes son esos que bajan y suben en los distintos apeaderos de la ruta. Ruta que cambia de color, de paisaje, de contraste, de luz. 

“Nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas”. (Henry Miller)

Hace tiempo que la luz se apago, que el fundido a negro de los campos los dejo en el cristal su propio reflejo, el trasiego de pasajeros ha menguado, se mira el reloj con desesperación, el marcador de la velocidad del convoy se reduce y cansados, arriban pasajeros y vagones en la dársena de llegada.


Eran siete, ahora son ocho. El señor Cuesta se acerca tímidamente, como temiendo romper ese ambiente nebuloso del andén, ese momento entrañable de la llegada, del encuentro, del inicio.


“El viaje no termina jamás. Solo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración... El objetivo de un viaje es solo el inicio de otro viaje”.
(José Saramago)


Emprendieron solos su viaje.

Terminaron los ocho viajeros juntos, este viaje, en aquella solitaria estación....

Comenzaron, los ocho, el Camino en aquella solitaria estación.....





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