CAMINO DE SANTIAGO

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lunes, 14 de marzo de 2016

"LA LÁMPARA MARAVILLOSA (EJERCICIOS ESPIRITUALES) TOLEDO Y COMPOSTELA". DOS CIUDADES VISTAS POR VALLE INCLAN


La importancia turística y monumental de la ciudad de Toledo, es un hecho sobradamente conocido y reconocido. En 1940 Toledo se convirtió, junto a Santiago de Compostela, en la primera ciudad española cuyo conjunto histórico fue declarado enteramente monumento histórico-artístico, y en 1986 entró a formar parte de la lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

Muchas más relaciones podemos encontrar, entre ellas en la literatura, con manifestaciones especialmente brillantes.


En la España de finales del siglo XIX, principios del XX, Toledo aparece como la ciudad muerta o dormida por excelencia, el lugar anclado en la historia donde el progreso no ha llegado. Otras ciudades históricas españolas, como Ávila, Córdoba y Santiago de Compostela, suministran arquetipos similares a la literatura de la época, pero ninguna con la intensidad de Toledo. 


En particular Valle-Inclán, dedica varios pasajes de "La Lámpara Maravillosa", a Toledo haciendo de la misma una comparativa con Santiago de Compostela.

Valle-Inclán se inició como escritor a través de sus colaboraciones periodísticas. De hecho, la mayor parte de sus numerosas intervenciones en la prensa consisten en fragmentos extraídos de algún libro, avances de nuevas obras o bien de reescritura de textos literarios anteriores. Esto ocurre en "La Lámpara Maravillosa", obra sumamente importante porque es el único libro que Valle dedicó a su estética y donde resumió su obra anterior proyectando las bases para la futura.

Desde la perspectiva de su génesis, el punto de partida de esta obra lo constituyen diversos artículos publicados en varios periódicos y revistas de Galicia a partir de 1910. Hasta donde sabemos, el primer pretexto de La Lámpara Maravillosa publicado en la prensa gallega apareció el 9 de enero de 1913 en primera plana de La Correspondencia Gallega con el título "La Lámpara Maravillosa (Ejercicios Espirituales) Toledo y Compostela".

Aquí dejamos unos fragmentos de la obra definitiva con un maravilloso poder evocador de estas dos ciudades unidas por un Camino y los peregrinos que lo hacen:


Toledo es una vieja ciudad alucinante. Yo he sentido bajo sus arcos que se desmoronan, el paso de la muerte, la densidad de los siglos, el fluir continuo de las horas como la arena de un reloj... 


Las crónicas, las leyendas, los crímenes, los sudarios, los romances, toda una vida de mil años parece que se condensa en la tela de una araña, en el huso de una vieja, en el vaivén de un candil.

Sentimos cómo en el grano de polvo palpita el enigma del Tiempo. Toledo es alucinante con su poder de evocación.


Bajo sus arcos poblados de resonancias, se experimenta el vértigo como ante los abismos y las deducciones de la Teología. Estas piedras viejas tienen para el poder maravilloso del cáñamo índico, cuando dándome la ilusión de que la vida es un espejo que pasamos a lo largo del camino, me muestra en un instante los rostros entrevistos en muchos años.


Toledo tiene ese poder místico: Alza las losas de los sepulcros y hace desfilar los fantasmas en una sucesión más angustiosa que la vida.
La ciudad alucinante ha tenido un artista también alucinante que alumbra como un cirio de cera en esta gran penumbra de piedras gótica: Doménico Theotocópuli tiene la luz y tiene el temblor de los cirios en una procesión de encapuchados y disciplinantes. Parece estremecido por un rezo de brujas. Cuando se penetra en las iglesias donde están sus pinturas, aún escuchamos el vuelo de aquel espíritu bajo las lámparas de los altares, un vuelo misterioso y tenebroso que junta los caprichos del murciélago y la quietud estática de la Paloma Eucarística. En la penumbra de las capillas los cuadros dan una impresión calenturienta, porque todas las cosas que están en ellos han sufrido una transfiguración.
Sobre los fondos de una laca veneciana y profunda están los rostros pálidos que nos miran desde una ribera muy lejana. Las manos tienen actitudes cabalísticas, algo indescifrable que enlaza un momento efímero con otro momento lleno de significación y de taumaturgia.
Esta misma significación, esta misma taumaturgia tiene el ámbito sepulcral de Toledo. En el vértigo de evocaciones que producen sus piedras carcomidas, prevalece la idea de la muerte como en el trágico y dinámico pincel de Doménico Theotocópuli. Toledo es a modo de un sepulcro que guarda en su fondo huesos heroicos recubiertos con el sórdido jirón de la mortaja, y cuando todas sus piedras se hayan convertido en polvo, se nos aparecerá más bello, bello como un recuerdo.
Toledo sólo tiene evocaciones literarias, y es tan angustioso para los ojos, como lleno de encanto para la memoria. En nuestras creaciones bellas mortales, las imágenes del mundo nunca están como los ojos las aprenden, sino como adecuaciones al recuerdo. En el recuerdo todas las cosas aparecen quietas y fuera del momento, centros en círculos de sombra. El recuerdo da a las imágenes la intensidad y la definición de unidades, al modo de una visión cíclica. El recuerdo es la alquimia que depura todas las imágenes, y hace de nuestra emoción el centro de un círculo, igual al ojo del pájaro en la visión de altura. Las nociones de lugar y de tiempo se corresponden como valores del quietismo estético: El águila, cuando vuela muy alto, parece tener las alas quietas, y todas las cosas que pasaron y son recordadas, quedan inmóviles en nosotros, creando la unidad de conciencia.


La quietud es la suprema norma. Si purificásemos nuestras creaciones bellas y mortales de la vana solicitación de la hora que pasa, se revelarían como eternidades. Todas las imágenes del mundo son imperecederas y sólo es mudable nuestra ordenación de las unas con las otras. Con relación a lo inmutable, todo es inmutable, y el alma que sabe hacerse quietase convierte en centro, de tal suerte que en la relación con ella, todo queda polarizado e inmóvil. El encanto del tiempo pasado está en la quietud con que se representa en el recuerdo. Así las viejas y deleznables ciudades castellanas, son siempre más bellas recordadas que contempladas, ciudades como aquellas desaparecidas hace mil años, las que nunca hemos visto, y las mismas ciudades malditas castigadas y abrasadas por el fuego del Señor. 


En las creaciones del arte, las imágenes del mundo son adecuaciones al recuerdo donde se nos representan fuera del tiempo, en una visión inmutable. De todas las rancias ciudades españolas, la que parece inmovilizada en un sueño de granito, inmutable y eterno, es Santiago de Compostela. La ciudad de las conchas, acendra su aroma piadoso como las rosas que en las estancias cerradas exhalan al marchitarse su más delicada fragancia. 


Rosa mística de piedra, flor romántica y tosca, como en el tiempo de las peregrinaciones, conserva una gracia ingenua de viejo latín rimado. Día por día, la oración de mil años renace en el tañido de sus cien campanas, en la sombra de sus pórticos con santos y mendigos, en el silencio sonoro de sus atrios con flores franciscanas entre la juntura de las losas, en el verdor cristalino de sus campos de romerías, con aquellos robles de excavado tronco que recuerdan las viviendas de los ermitaños.


En esta ciudad petrificada huye la idea del Tiempo. No parece antigua, sino eterna. Tiene la soledad, la tristeza y la fuerza de una montaña. Sus piedras no exhalan esa impresión de polvo, de vejez y de muerte que exhalan las ruinas de Toledo. En su arquitectura la piedra tiene una belleza tenaz macerada de quietismo, y las ciudades castellanas son deleznables y sórdidas como esos pináculos de calaveras que se desmoronan en los osarios. Ciudades amarillas, calcinadas y desencantadas, recuerdan el todo vanidad de las cosas humanas. 


Acaso sus hastiales de adobe tienen las evocaciones de una crónica que en bárbaro latín reza loores de santos y hazañas de reyes, acaso sus claustros que se desmoronan bajo el encalado moruno, juntan a la emoción ascética una emoción literaria, pero su ámbito sin resonancias nunca es bello con la belleza de la arquitectura, toda fuerza y armonía, sonoridad y quietud. El romance es lo único que vive con vida potente en el cerco de estas ciudades de adobe, donde sólo por acaso se encuentra algún sillar más fuerte que los siglos.


Y Compostela, como sus peregrinos de calva sien y resplandeciente faz, está llenla de una emoción ingenua y romántica de que carece Toledo. Toledo es en todos sus momentos la calavera que ríe con tres dientes sobre el infolio de un anacoreta, y dice que todo es polvo. La ciudad castellana, evocadora como una crónica, sabe de reyes y de reinas, de abades y condes, de frailes inquisidores y de judíos mercaderes. 
Sepulcro del Cardenal Tavera (Obra de Berruguete)

 En Toledo cada hora arrastró un fantasma distinto. Pero Compostela, inmovilizada en el éxtasis de los peregrinos, junta todas sus piedras en una sola evocación, y la cadena de siglos tuvo siempre en sus ecos la misma resonancia. Allí las horas son una misma hora, eternamente repetida bajo el cielo lluvioso.




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